Richard Stallman: los pies sobre la tierra

Para una legión importante de distraídos, GNU/Linux tiene algo que ver con un pingüino sentado, o con un ícono que funciona como tercera opción en las páginas de descarga junto a los de PC y de Mac. Vivimos en un país donde las réplicas de las revoluciones interesantes llegan con demora. Y cuando irrumpen por fin, nos encuentran mal parados, sin herramientas para procesarlas y entenderlas.

No abundan, lamentablemente, las oportunidades de contar con el testimonio de primera mano de los protagonistas.

¿GNU/Linux es un sistema operativo raro, con interfaz gráfica poco amigable, creado por gente de barba y pelo largo que sonríe muy de vez en cuando?

Quizá era eso hasta hace unos años. Hoy es, en palabras de quienes han abrazado esta filosofía “tecnológica/romántica” respecto de la distribución de conocimiento, una forma de ver el mundo, de conducirse en una comunidad, de intercambiar saberes con los demás miembros.

De eso vino a conversar en su paso por Córdoba Richard Stallman, uno de los popes del movimiento conocido como Software Libre, un señor que anda siempre descalzo y armado con una batería de metáforas para explicar por qué el software privativo es la menos sana de todas las opciones.

Sueños de libertad

Entrevistar a Stallman es más difícil que escribir un mail andando en bicicleta. Su discurso temperamental y construido sobre la base de una convicción pasional no admite lecturas entre líneas: él quiere la libertad del cocinero que modifica a su gusto la receta, eso es lo que cuenta. Con esa bandera en alto empezó a darle pelea al software privativo en 1983, dando lugar al nacimiento del movimiento Software Libre, una respuesta a las restricciones, basadas en cuatro puntos cardinales:

– Libertad para usar y ejecutar un programa.
Libertad de saber qué hace el programa para cambiarlo como yo quiera.
Libertad de ayudar a otros dando copias del programa.
Libertad de ayudar a la comunidad haciendo públicas las versiones mejoradas del programa.

Hacer lo que queramos, no lo que las empresas quieran. Una prédica revolucionaria que viaja sobre una voz pausada de castellano robótico y que ya se ha instalado en tierras muy lejanas a la informática, una visión que hoy se plantea en las mesas donde se discuten temas como copyleft, derechos de autor y reproducción de las obras.

El sueño de Stallman parece la pesadilla de algunos monopolios tecnológicos. De acuerdo a su teoría, las empresas tienen cautivos a sus usuarios -que dependen del software-, y ejercen así una función de control sobre sus clientes. El ejemplo más claro sería el sistema operativo Windows, que está lleno de funcionalidades malévolas para vigilar, restringir y atacar a los mismos usuarios que lo instalan.

No le oigo bien

La tesis de Stallman es asumir un desafío colectivo desde distintos sectores de la sociedad. El primer paso, el más importante, es la escuela, puesto que en ella recae la misión de educar a las nuevas generaciones como buenos ciudadanos. “Enseñar un programa privativo es sembrar la dependencia en la sociedad, porque el software privativo es un sistema colonial digital, en manos de una empresa”, explica.

“A mí me interesan las personas que todavía no han aprendido a usar una computadora”, dice. Los demás, los que a diario nos agarramos los dedos con los postigones de Windows, tenemos que arreglárnoslas por nuestra cuenta. Ese, parece, fue el mensaje en la rueda de prensa previa a la conferencia (el audio puede bajarse al final de esta nota), una hora de preguntas periodísticas que caían al piso desarmadas como palomas muertas.

Stallman va a decir lo que vino a decir. Todas las interpretaciones que puedan hacerse, todas las críticas, acabarán rebotando contra una lógica forjada en la repetición de los mismos conceptos con infinita paciencia.  La convicción en su oratoria es tan férrea que no quedan espacios para pensar su propuesta de otra manera.

La mala educación

Su paso por Córdoba deja más interrogantes que respuestas. ¿Cómo explicarle a un tipo común, criado en la cuna de Microsoft, que hay un mundo libre ahí afuera? Es muy probable que la multitud que asistió a la conferencia esté preguntándose ahora mismo cosas como ésta. En un país con tan poco entrenamiento en el uso de la libertad, una propuesta de tal magnitud suena abrumadora. ¿Será factible promover semejantes cambios en el uso y las costumbres digitales del común de los mortales? ¿A qué escala se está planteando un desafío así en Argentina?

Si lo que se propone desde el software libre atañe no sólo a los programadores sino también a los usuarios finales, ¿estamos listos para asumir semejante responsabilidad los que trabajamos con entornos de software privativo todos los días?

Muchas preguntas para hacerse. Tal vez esa sea, precisamente, la idea.

José Playo

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