No llores, no es tu hermano

“¿Para qué poetas en tiempos de penuria?”[1] se preguntaba Heidegger en un aniversario de la muerte de Rilke, y recordaba al poeta y al otro poeta, Hörderlin, como aquellos conscientes de ser el epílogo de un período que finalizaba junto con la muerte de los dioses.

En un sentido cercano De Beauvoir dice, si no es mi jardín, ¿qué me importa? ¿No sería más sabio abandonarlo todo y reducir los límites de mi universo? ¿No sería menos doloroso no tener jardín?[2]

Esta fisura, el mundo suspendido en el abismo que señalaba Heidegger, el final de una época, es lo que hoy nos toca vivir como postmodernidad.

La postmodernidad no es necesariamente un tiempo feliz. Los límites de lo que es mio se establecen en escalas de incumbencia para minimizar el dolor, pero lejos de regodearnos en nuestra multiplicidad, reptamos en la incertidumbre. ¿Cómo podría ser feliz un sujeto consciente de su esquizofrenia social?[3] ¿De qué forma la realidad ahora inasible podría ser fuente de alegría para quien en cada acto simula escenarios para ajustarse a lo híper y a lo virtual[4]? Sabemos que somos insuficientes, y que nuestra reunión-unión-comunión no da una síntesis mejor sino una máquina de guerra y consumo orientada a alimentar las nuevas formas de sedimentación de la burocracia. La realidad consensual parece insuperable y parte de ese consenso es el poder que detenta sobre el sujeto.[5]

La fragmentación del tiempo, de las percepciones, de las identidades en sub-identidades, del alcance mismo del acto humano, nos lleva a una pérdida de fe en el presente histórico[6] y a un estado de impotencia en el que nos volvemos espectadores pasivos de un acontecer aparente. La inercia nos inunda y frente al acto oponemos sin siquiera darnos cuenta, la resignación. Obedecemos. Acatamos la norma sin mediar diálogo. Absorbemos el mundo sentados.

Ni siquiera el yo es una certeza; después de Wittgenstein hasta el cogito ha perdido su capacidad de confirmarnos la existencia. El sistema simbólico del lenguaje, otrora asociado a la esencia de las cosas pasó a ser un conjunto vacío.

El hombre postmoderno concibe su soledad – por oposición a las imágenes mediáticas -como hostil a la vida y huye a un nuevo mundo que ha creado: la realidad aumentada por la máquina, el nuevo tótem social, el nuevo espacio de existencia. Esta hiperrealidad avanza y sustituye lentamente lo real por lo simulado.[7]

La belleza de lo hiperreal reside en que el placer habita del otro lado del cuerpo, en la telepresencia del propio yo. El avatar, contrario a su sentido original de encarnación es el vaciamiento del cuerpo a un hipercuerpo, el abandono de lo que parece miseria a lo que se muestra como perfectible, una prolongación de la prótesis al ámbito estéril (por higiénico y por infértil) de lo binario.

¿Para qué queremos otro cuerpo? ¿Para qué otra realidad?

“Vivimos en un universo particularmente similar al original – las cosas son dobladas por su propio escenario.”[8]

Expatriar el mundo al hipermundo es en cierto sentido reconocer que no hemos podido concebir otra cosa y que esto, – el control, el poder, la acumulación, la desigualdad,- es lo que hacemos y sabemos hacer.

Pero si no es mi jardín… En esto de lo virtual, ningún jardín es propio y todos lo son. Lo vincular se virtualiza para mantener mi distancia y conservar mis defensas. Es mi jardín que no es mío, entonces sólo me importa de a ratos, cuando estoy conectado, cuando lo veo, o cuando es tan descomunal que me es imposible no notarlo. El peligro del proceso de virtualización es justamente ése, que nos permite simular un bienestar gracias a la distancia entre la experiencia y el propio cuerpo. Nos permite no involucrarnos mientras en apariencia lo estamos.

La lógica de la simulación tiene una doble inflexión: por un lado es la cáscara que aparece en las heridas sociales que dejaron incontables siglos de violencia contractual y por el otro, es el residuo de la moral judeocristiana: el rechazo del mundo, del cuerpo y de la experiencia como fuentes de alegría. El alejamiento hacia lo no físico. Es un camino inevitable, no sólo porque el progreso tecnológico lo permite sino porque la evasión es uno de los tantos movimientos naturales del hombre agobiado por sus experiencias. No es fácil redefinir por cuenta propia los términos de la existencia ni tampoco soportar el estado de cosas. La autenticidad es un diálogo difícil que requiere de una austeridad que no se nos enseña en ninguna parte.

El problema no es lo tecnológico en sí mismo. Primero convendría revisar el principio de escasez, el modelo del más fuerte, la idea de verdad encarnada por el poder.

Deberíamos repatriarnos no sólo de la promesa del placer inmediato y controlado o de la ingenuidad de los vínculos inofensivos, sino del exilio de la resignación

La pregunta por la acción no es si debemos o no actuar. La existencia es puesta en acto, instanciación de nuestra individualidad. Es el sentido de la acción lo cuestionado, sentido que aparece solamente en la naturaleza primera del acto humano, la realización de su libertad.

Los poetas son aquellos que pueden entrar al abismo y desocultar. Ellos pueden hablar el mundo a los que están atrapados en la insignificancia. La poiética es la acción sin reglas establecidas, la independencia, la desobediencia.

Sin jardín no es posible. No podríamos vivir sin mundo, somos el mundo. Que la hiperrealidad con sus tantos artificios nos lleve a creer que podemos no hacernos responsables es simplemente una trampa discursiva. Repatriarnos sería reconocer que sí es mi jardín y que entre mi definición (aún si esta fuera meramente imaginaria) y la definición del otro existe un hiato en el que sucede la intersubjetividad. Es el espacio configurado por nosotros mismos, creado por nosotros, en el que la comunicación encuentra su vehículo. Participar de este espacio nos hace garantes y nos obliga a intervenir en la construcción del bien común. Repatriarnos sería reconocernos históricos, autodefinidos, solidarios y libres.

El jardín es la totalidad de actos mediante los cuales cada libertad se define como existencia en el mundo.


[1] (Heidegger, ¿Y para qué poetas?, 1984)
[2] (De Beauvoir, 1995)
[3] (Deleuze & Guattari, 2006)
[4] (Baudrillard, Simulacra and simulation, 1994)
[5]
(Foucault, El poder psiquiátrico, 2003)
[6] (Deleuze & Guattari, 2006)
[7] (Baudrillard, Simulations, 1983)
[8] Traducción de la autora: “we live in a universe strangely similar to the original – things are doubled by their own scenario.” (Baudrillard, Simulacra and simulation, 1994)

Bibliografía

Arendt, H. (2007). La condición humana. Buenos Aires: Paidós.
Baudrillard, J. (1997). Las estrategias fatales. Barcelona: Anagrama.
Baudrillard, J. (1994). Simulacra and simulation. Michigan.Baudrillard, J. (1983). Simulations. New York : Semiotext(e).Blasone, P. (s.f.). Deleuze and Guattari: Feminine Simulacra, Semantic Machines. Obtenido de http://www.babelonline.net/home/001/agora/semanticblasone.pdf
De Beauvoir, S. (1995). ¿Para qué la acción? Buenos Aires: Leviatan.
Deleuze, G. (1994). Difference and Repetition. New York: Columbia University Press.
Deleuze, G., & Guattari, F. (2006). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-textos.
Derrida, J. (1997). El monolingüismo del otro. Buenos Aires: Manantial.
Foucault, M. (2003). El poder psiquiátrico. Buenos Aires: Fondo de cultura económica.
Foucault, M. (1968). Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. Madrid: Siglo XXI Editores.
Heidegger, M. (1984). ¿Y para qué poetas? En M. Heidegger, Los caminos del bosque. Madrid: Alianza.
Heidegger, M. (1998). El origen de la obra de arte. En M. Heidegger, Los caminos del bosque. Madrid: Alianza Editorial.
Lacan, J. (2007). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

Lévy, P. (1998). Qu’est-ce que le virtuel? Paris: La Découverte.
Lyotard, J.-F. (1984). The postmodern Condition: a report on knowledge. Oxford: Manchester University Press.
Manovich, L. (2006). El lenguaje de los nuevos medios de comunicación. Barcelona: Paidós.
Nechvatal, J. (1999). Introduction to:Immersive Ideals / Critical Distances. Recuperado el 2008, de http://www.eyewithwings.net/nechvatal/ideals.htm
Nietzsche, F. (2006). El Nihilismo: Escritos Póstumos. Madrid: Península.
Øverenge, E. (2001). Seeing the Self. Norwell: Springer.
Wittgenstein, L. (1997). Tractatus Logico-Philosophicus. Madrid: Alianza Universidad.

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