Buede, Di Pascuale, Balangero y Burba en Klemm

Buenos Aires, Argentina. 23 de octubre de 2014.
Exibición
Pasamos de un lugar a otro tan rápido que las cosas se mezclan
Fundación Federico jorge Klemm
Marcelo T. de Alvear 626
Tel.: 4312-3334 / 4443
admin@fundacionfjklemm.org
http://www.fundacionfjklemm.org

 

 

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Pasamos de un lugar a otro tan rápido que las cosas se mezclan

Aníbal Buede
Lucas Di Pascuale
Nicolás Balangero
Luciano Burba

Curadora
Eva Grinstein

 

Diagrama de Venn para cuatro conjuntos

Algún momento de la segunda mitad de los años noventa. Estoy en Córdoba por primera vez no como turista niña sino en rol de (casi) adulta (casi) profesional; soy la chica que escribe sobre arte en un diario de Buenos Aires, conozco ya a algunos pintores y escultores reconocidos y desperdigados por las zonas serranas pero tengo hambre de saber qué hacen los de mi generación, dónde se reúnen, dónde se forman, quiénes son las personas detrás de esos nombres de grupos que vengo escuchando, qué están queriendo inventar en este rincón del planeta. Anfitriones muy generosos me llevan de acá para allá a toda velocidad porque no hay mucho tiempo. La experiencia es arrolladora, todo se me confunde un poco pero está bien, me voy con un par de obras en la cabeza y con varios nombres que desde entonces sigo frecuentando y otros que no, me dejo contagiar la fiebre de la actividad colectiva -respuesta a un modelo de éxito individual que claramente empezaba a hacer agua- y me quedo con la energía de un lugar raro que no termino de entender si es público o privado, programado o improvisado y que condensa la mayoría de los motivos por los que me interesaba -y me interesa- el arte: Casa 13.

Casa 13 le debe mucho a Aníbal Buede, uno de sus fundadores en 1993, aunque tal vez fundar no sea la palabra más feliz para referirse al gesto de ocupar. En todo caso ocupando, tomando, apropiando junto a otros cómplices ese espacio municipal desaprovechado, estaban fundando una manera de hacer política cultural sin permisos y sin jerarquías, con más entusiasmo que cronogramas de trabajo, con mucho más aroma a patio y living que a sala white cube. Lo que prevalecía en esa casa es lo que bien resume Gabriela Halac en uno de los textos incluidos en la pequeña antología que acompaña este catálogo: “espíritu de tribu y fortalecimiento colectivo”. Buede fue, seguramente escapándole a la figura de cacique, un agitador importantísimo de esa familia numerosa y disfuncional que sigue activa hasta hoy, más de veinte años después, encarnada en la piel de los jóvenes herederos.

Los jóvenes herederos aprenden de los mayores y a la vez los educan, así fue y así será aquí y en cualquier parte y Buede no se cansa de repetirlo cuando habla de gente como Luciano Burba y Nicolás Balangero. En algún momento de la segunda mitad de los años dos mil estoy en Córdoba y Buede me lleva a ver la muestra individual -tiempo después entenderé que en su caso eso es improbable e inverosímil- de Balangero, ¿artista visual? ¿poeta maldito? que desparrama en un espacio grande llamado Sala Ernesto Farina (en la Ciudad de las Artes) la melancolía de sus imágenes y el peso de sus deliciosas influencias literarias. Buede, curador de la muestra, maestro y fan del artista, me da una pequeña publicación destinada a sobrevivir a mis limpiezas de biblioteca porque incluye fragmentos como éste: “Las cosas eran así: primero pintabas con témperas, después pintabas con acrílico, después con óleo, después te convertías en un artista y cuando llegabas a ese punto de la vida en el cual es imposible seguir avanzando, entonces necesitabas a alguien que te recordara los secretos de la infancia, porque los habías olvidado”. Por supuesto más adelante yo confundiría la sala Farina con la del Cepia (de la Universidad Nacional de Córdoba), diría que conocí la obra de Balangero en el Cepia y me corregirían diciendo que no, que esa muestra que había visto debía ser una de Burba. Y en realidad tampoco. Lo que vi en el Cepia -el mismo día que vi lo de Balangero en la Sala Farina- fue el famoso cartel López de Lucas Di Pascuale, un hito en la historia del arte político local y un llamado de atención para mí sobre este artista que tardíamente estaba descubriendo y que hoy, creo poder afirmar, integra la lista corta de mis artistas argentinos preferidos, en especial con su producción cada vez más autobiográfica posterior a ese cartel.

Ese cartel de Di Pascuale se me conecta con otro que en cambio es de Luciano Burba, polémico cartel con el que ganó el Segundo Premio del Salón Ciudad de Córdoba, el año pasado. La obra se tituló Camouflage y consistió en la reproducción pictórica milimétrica de un afiche municipal que citaba el slogan de la actual gestión, ordenar es el camino, acompañado por un epígrafe que formulaba preguntas sobre los modos de estimular una escena artística. El cartel -su mensaje, su gráfica, el espesor de su retórica- supo infiltrarse en forma de cuadro en un concurso organizado por esa misma Municipalidad y pese a la indignación de unos cuantos recibió un reconocimiento que, además de revolver las aguas de los vínculos incómodos entre el arte y su financiación, reforzó mi interés por un artista que había conocido poco tiempo atrás cuando me tocó evaluar un proyecto suyo presentado a la convocatoria de una residencia en San José del Rincón, Santa Fe, llamada Curadora. También con Burba sentí que llegaba tarde a la trayectoria de un artista que, como Balangero, no duda en ponerse el traje de editor para ayudar a difundir el trabajo de los demás. En otro de los textos incluidos en la separata, Leticia El Halli Obeid dice que “en Córdoba hay (…) una sensibilidad extrema frente a las injusticias del centralismo político argentino”. Pienso que esa frase se aplica a Burba ampliándola a las injusticias en general y a las políticas de ¿la mayoría de? los políticos en general. Toda obra es un acto político, dice Buede tomando la voz de Balangero en un texto que acabo de releer; todo plotter es político, dice Burba en un cartel que aún no sé si al final añadirá o no a sus esculturas de libros entreverados que preparó para esta muestra en Klemm.

Esta muestra en Klemm presenta trabajos de Buede, Di Pascuale, Balangero y Burba. Y aunque me emociona la idea de ver cosas de los cuatro juntos y en Buenos Aires, es justo reconocer que mi idea de reunirlos es apenas un episodio más en una larga y fructífera saga de colaboraciones e interacciones que ellos vienen generando desde hace tiempo. De eso habla el material que seleccionó Balangero para exhibir en la sala y para publicar en el anexo de este catálogo: del placer de poder contar con la sensibilidad del otro para hacer crecer las ideas -hipotéticamente- propias. De confiar en lo que el otro sea capaz de potenciar, de no tenerle miedo a arriesgar la quintita de la autoría personal y al contrario, apostar a que el sentido reverbere bien en la manipulación colectiva. Por ejemplo, aquí están las láminas enmarcadas por Burba que en algún momento de los años dos mil diez fueron usadas como pago a los colaboradores de la revista Un pequeño deseo, ideada por Buede, editada durante varios números por Balangero, ahora codirigida por Di Pascuale. O la instalación de Buede, nueva puesta en el espacio de una enorme fantasía (¿boceto de novela? ¿guión de película? ¿largo experimento conceptual?) en la que han tenido participación explícita como interlocutores Burba, Balangero y Di Pascuale. En otro de los textos de la antología, Antonio Gagliano observa: “Lo compartido (…) resulta en ocasiones más eficiente que lo protegido”. De eso se trata.

Se trata de disfrutar lo que hay en común en vez de desesperarse por marcar diferencias. Desde que empezamos a hablar de este proyecto pienso en la zona de intersección del Diagrama de Venn, el lugar del cruce donde se funden los conjuntos, en términos matemáticos. Una zona pintada de un color-suma-de-colores. Y en esa zona entre otras cosas hay una ciudad de base, Córdoba; unas ganas de expandir los bordes de lo que se debe ser o hacer y, por ende, unas libertades que otorga la práctica multiplicada del artista autor, editor, profesor, curador; unas dosis de escepticismo no paralizante; fe en el poder de lo colectivo como política personal; amor a los libros y voluntad de construir ficción haciendo lo que uno hace, escribiendo, dibujando, conversando o en el gesto casi inocente de apoyar una cerámica sobre una foto familiar, como Di Pascuale en el marco de su serie (¿ensayo? ¿diario?) bien identificada en el texto que republicamos de Fabhio di Camozzi: “un anzuelo con carnada fresca para aquellos hambrientos de las historias ajenas”. La peripecia íntima se abre hacia fuera, delicadamente, en la ficción de Di Pascuale.

En la ficción de Di Pascuale habitan padres e hijos que producen objetos e imágenes sin saber que un día esas imágenes y objetos serán parte de una obra, exactamente igual que en el búnker de Buede.

En el búnker de Buede hay una relectura atenta del lugar que ocupan en la propia cosmogonía las ideas de los demás, exactamente igual que en la compilación de Balangero.

En la compilación de Balangero hay una larga tradición de articular discurso usando las palabras de los otros, exactamente igual que en las esculturas de Burba.

En las esculturas de Burba los libros no son letra muerta sino vehículos de inquietantes significados nuevos, como ocurre con los retratos de tapas por encargo que Di Pascuale no exhibe en esta oportunidad pero que sí aparecen en la selección-edición de Balangero. ¿Es todo esto un poco borroso? Siempre hay cosas que se nos contaminan, pasemos rápido o lento de un lugar a otro. Y me parece bien. Me deslumbra esa zona del diagrama que encarna lo que se mezcla en algún momento.

Eva Grinstein
Buenos Aires, septiembre de 2014

 

Aníbal Buede nació en Entre Ríos en 1959 y desde 1966 vive en Córdoba.
Lucas Di Pascuale nació en Córdoba en 1968.
Nicolás Balangero y Luciano Burba nacieron ambos en Córdoba, en 1980.

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