La esfera de la muerte.

La estrategia del seguimiento y las fronteras cronográficas.
Por Guadalupe Aguiar Masuelli.

“Desde el momento en que la sociedad se ve arrastrada hacia la implementación de una velocidad industrial, se pasa, de manera muy insensible, de la geopolítica a la cronopolítica.” Paul Virilio. (1)

El globo de la muerte.

Cuando tenía unos quince años, fui con mi hermanita menor a ver la función del circo de turno que se había instalado ese verano en mi ciudad. Un circo igual que todos los que pasaban cíclicamente nomadeando los pueblos argentinos, gritando por los megáfonos de sus camionetas las atracciones únicas y las pruebas arriesgadas que tendremos oportunidad de ver, repartiendo papelitos con promociones dos por uno y apelando al aburrimiento veraniego del niño o al aguinaldo recién cobrado de los padres.
La atracción principal del circo, la gran incógnita, la apuesta innovadora e irresistible, era «El globo de la Muerte”: esa estructura metálica en forma de gran bola dentro de la cual giraban, a una velocidad increíble y con un ruido ensordecedor, siete motocicletas. En un espacio de no más de diez metros de diámetro, los siete motociclistas realizaban una acrobacia en la que cualquier movimiento en falso de alguno de ellos podía ocasionar un accidente total, la colisión de todos los participantes.

Hoy, recordándolo, encuentro en ese espectáculo una metáfora muy precisa de aquella dromosfera que Paul Virilio describe en su Cibermundo (2) justamente en esa misma época, hacen ya casi quince años. La esfera metálica que se recorre en motocicleta, centímetro a centímetro, funciona como una imagen circense del empequeñecimiento de un mundo acelerado por los medios de transporte, lo que Virilio definía como el fin del mundo. Todos los puntos de su superficie pueden ser transitados. Además de no haber obstáculos inmóviles, la fuerza de la velocidad vence la gravedad terrestre y la aceleración del desplazamiento provoca una percepción de reducción del espacio real. Pero no sólo eso: el territorio es recorrido como si fuera una jaula. Este mundo-bola es un contenedor limitado sólo habitable desde dentro, y donde todo es suelo, pared y techo indistintamente. Una superficie lisa, asfixiante y eternamente transitable.

El movimiento y las fronteras cronográficas.

No hay límites geográficos en el globo de la muerte. Es posible “dar la vuelta al mundo” -a este mundo jaula- sin encontrar fronteras territoriales dentro de él. Según Virilio, si una frontera es suprimida, inmediatamente se coloca otra. Cuando se dice: ‘Ya no hay frontera’, eso quiere decir que se ha ocultado la nueva frontera. (3)

La esfera de la muerte sólo tiene un riesgo mortal, y es el de tocar a otro. Es allí donde se levanta la nueva frontera. No hay accidentes geográficos porque el terreno es liso y por demás conocido. A lo que hay que estar atento es a la circulación de los demás habitantes, se debe seguir constantemente a los otros y mantenerlos “a la vista” para garantizarse la supervivencia. El peligro son los otros, debemos aprender sus movimientos.

El peligro es el otro. Cuidar de los demás como autodefensa.

Desde el Renacimiento, la mirada se convirtió en el sentido más importante para el llamado “hombre nuevo”, hay que alejarse para poder ver, para tener objetividad, para adquirir “perspectiva”. Ese quiebre perceptual ha marcado la relación sujeto-objeto en la modernidad. Ya en la escuela se nos ha enseñado que hay que “tomar distancia” en la fila de compañeros, es decir, extender el brazo hasta tocarle el hombro para procurar así que quien está frente a nosotros se encuentre lo suficientemente lejos y lo bastante cerca como para tener a la vista sus movimientos y así poder ejecutar los nuestros. Somos, a la vez, sujetos controladores de aquellos que nos dan la espalda y objeto de la vigilancia de aquellos otros a quienes no podemos ver.

Dentro del globo la muerte la mirada es especialmente ponderada ocupando literalmente el centro, a modo de núcleo vacío, de eje del movimiento. El cuerpo gira en torno a la mirada y es ella la que marca la distancia necesaria para poder moverse entre los demás. Por lo tanto, la estrategia del seguimiento permanente es la única posibilidad de supervivencia: no debemos tocarnos, y para evitarlo necesitamos seguirnos constantemente el paso.

El seguimiento, una estrategia de supervivencia.

Pero no sólo el objetivo es móvil: uno mismo -el sujeto observante- también está en movimiento, lo que modifica constantemente las variables. Deleuze y Guattari plantean la estrategia del seguimiento como contrapuesta a la de reproducción:
“Reproducir implica la permanencia de un punto de vista fijo, exterior a lo reproducido: ver circular estando en la orilla. Pero seguir es algo totalmente distinto que el ideal de reproducción. No mejor, sino otra cosa. Uno está obligado a seguir cuando está a la búsqueda de las “singularidades” de una materia, o más bien de un material, y no tratando de descubrir una forma; cuando escapa a la fuerza gravífica para entrar en un campo de celeridad; cuando deja de contemplar la circulación de un flujo laminar con una dirección determinada, y es arrastrado por un flujo turbulento; cuando se aventura en la variación continua de las variables, en lugar de extraer de ellas constantes, etc.”(4)

Pero hay algo fundamental para salir vivo de esto porque, en la esfera de la muerte, el seguir a los otros no nos garantiza totalmente la supervivencia: debemos garantizarnos también que somos seguidos por los demás. Y aquí la clave: no sólo hay que mantener nuestra atención sobre todo-lo-que-se-mueva, sino que nuestros propios movimientos deben quedar expuestos al ojo ajeno. Nuestra vida depende de nuestra propia exposición.

De todas maneras, el globo de la muerte no deja de ser espectáculo y la malla metálica es la encargada de exhibir al público la paradoja: cada quien está obligado a mostrarse al otro y vigilarlo simultáneamente para evitar el accidente total. Sonría y póngase los lentes, el voyeur-exhibicionismo se ha instalado entre nosotros y la paranoia, desde entonces, se lleva con glamour.

(1) Virilio, Paul, Cibermundo: ¿Una política suicida?, Editorial Dolmen, Santiago, 1997, p. 20.
(2) “No el fin del mundo apocalíptico, sino del mundo como algo finito”, Virilio, Paul, Op. Cit. p. 58.
(3)  Virilio, Paul, Op. Cit. p. 73.

(4) Deleuze, Gilles, Guattari, Felix, Mil Mesetas, Pretextos, Valencia, 2000, p. 377.

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