El reino de Venus, de Mariana Guagliano

Almafuerte, Córdoba. Argentina. 9 de agosto 2025. 18 hs
Exposición El reino de Venus, de Mariana Guagliano
Fundación Tania Abrile
Calle Catamarca 2138
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Exposición

El reino de Venus

Mariana Guagliano

Fundación Tania Abrile

 

Las obras de Mariana Guagliano componen un mundo delicado y etéreo de flores, transparencias y fulgores, donde el tiempo parece haber quedado suspendido, como en los sueños y en las vidrieras. El atelier de esta artista –una boutique de encantos– se ubica en zona de frontera: entre el arte y la moda; entre la poesía, la pintura y la alta costura. Su trabajo sugiere la invención de una nueva jurisdicción –un reino– donde el eterno femenino –esa categoría concebida por Goethe en el siglo XIX para referirse a la sabiduría divina, la gracia y el poder creativo de las mujeres– alcanza un estado ideal.

“Mi primer acercamiento al textil fue de niña, cuando mi abuela –dueña de una sedería- me enseñó a bordar”. Con estas palabras, Mariana Guagliano deja en claro el lugar que ocupa lo autobiográfico como dimensión constitutiva de su práctica artística. La consigna que subyace podría resumirse de la siguiente manera: alguien capaz de bordar y coser es, también, alguien capaz de escribir. Y la etimología –esa rama de la lingüística que se ocupa de la procedencia de las palabras– así lo confirma: texto y textil comparten el mismo origen. Desde un punto de vista alegórico y gestual, el arte de crear con palabras es también el arte de entrelazar hebras con el fin de producir significados (también belleza). Una tras otra, se van sucediendo las grafías y los sonidos –pueden ser perlas, filamentos o pespuntes– para crear una trama de sentidos. En la escritura de Guagliano –un gran lienzo poblado de estrellas, hilvanes y pétalos– emergen, en forma de ramillete, los interrogantes que guían su búsqueda. La pregunta última por la identidad, la imaginación y el deseo se presenta, así, en clave femenina –y en un sofisticado cruce entre lo textil, lo onírico y lo botánico– para revelar, finalmente, los principios que ordenan la transmutación de una prenda de vestir en obra de arte.

El dominio de las herramientas (aguja, lápiz, crochet o pincel) se expresa en una serie de movimientos virtuosos que provienen tanto del oficio de artista como de los manuales de costura y bordado. De esos perseverantes ejercicios deriva, quizás, el grado de preciosismo con el que fueron compuestas las obras. Acuarelas, puntillas, lentejuelas, canutillos, acrílicos, hilos y finas telas van dejando un indicio –una pregnancia– en un paseo que promete, con la brisa fresca de la primavera, transportarnos desde las galerías parisinas hasta los jardines del edén.

En cada proyecto se adivina la impronta de un linaje de mujeres –una suerte de “huella textil”– que Guagliano fue rastreando en la historia de la cultura para llegar a componer la sugestiva imagen donde ella misma se mira. Jane Burden, quien se casó con William Morris y se destacó –junto a su hija May Morris– por la creación de icónicos bordados y diseños textiles que se convirtieron en una marca registrada del Arts & Crafts; o Leonora Carrington, artista y escritora que supo, con sus perturbadoras obras, sacudirse el mote de numen del surrealismo; o la diseñadora de moda Elsa Schiaparelli –reconocida por el desenfado y rupturismo de sus creaciones en la historia de la moda– son algunas de las figuras que encarnan el ingenio y la rebeldía que inspiran a nuestra artista. Esos nombres se engarzan, caprichosamente, con otros que también forman parte de las referencias que Guagliano incluyó en sus proyectos: como el de Watteau, uno de los grandes genios del último barroco francés y del primer rococó, a quien se le atribuye la creación del género de las “fêtes galantes”, o el de Lunéville que designa tanto una técnica de bordado a mano –utilizada especialmente para incrustar piedras preciosas sobre tul u organza– como a uno de los palacios más distinguido de la Francia del siglo XVIII.

Pero si hay un estilo que entra en conversación con la obra de Mariana Guagliano ese sea probablemente el Liberty, la variante italiana del art nouveau, que floreció aproximadamente entre 1890 y 1914 y que sentó las bases del diseño moderno. También conocido como stile floreale («estilo floral»), al igual que el Arts & Crafts –de donde deriva–, este movimiento mantuvo, entre sus principios, la oposición a la mecanización y la deshumanización del proceso artístico. Al empleo de formas orgánicas –fitomórficas– y el desarrollo serpenteante de elementos propios de la naturaleza que crecen a partir de un centro cargado de vitalidad, Guagliano le sumó un hic et nunc (“aquí y ahora”) poderoso proveniente de las experimentaciones con el lenguaje de la moda contemporánea. Así, sus obras parecen responder a un élan vital que se refleja, fundamentalmente, en el uso romántico de elementos de la naturaleza (flores, hojas, árboles) y en el continuo desarrollo de prácticas heterodoxas con elementos que forman parte del mundo del buen vestir (accesorios, fotografías, moldes, maniquíes y muestrarios).

Y si el filósofo alemán Aby Warburg creyó encontrar algún tipo de continuidad en ciertos gestos y expresiones –como el cabello que se agita con el viento o el movimiento sensual de los pliegues de los vestidos– a partir del análisis de figuras icónicas como la ninfa que pintó Boticelli en «El Nacimiento de Venus», un movimiento que luego se replicó ad infinitum en todo tipo de contextos y producciones culturales –tanto en el cine, la danza y la pintura como en la publicidad, la moda y el diseño– algo de eso parece captar Mariana Guagliano con sus magníficas obras, donde las ondulaciones y contoneos que ofrece el textil –entre sus múltiples posibilidades– hace las veces de refugio para el deseo y, al mismo tiempo, renueva la eterna pregunta sobre los misterios de la fantasía y la seducción femenina.

Fernanda Juárez

 

 

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