Patrimonio Cultural Inmaterial

Un nuevo desafío: la gestión del patrimonio inmaterial

Entrevista a Mónica Lacarrieu (*)

 

En el mes de abril comienza una nueva edición del curso de posgrado en Gestión y Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, una propuesta educativa pensada para gestores y profesionales que trabajan en este ámbito. Por este motivo, el Área de Gestión Cultural (UNC) dialogó con la co-directora del curso, Mónica Lacarrieu (*), quien se refiere al surgimiento del PCI en el seno de UNESCO y reflexiona sobre el criterio para la selección de las prácticas y la necesidad de que los actores y las comunidades sean partícipes en las políticas de protección y conservación.

La categoría PCI (Patrimonio Cultural Inmaterial) empieza a utilizarse en el año 94 cuando se ve la necesidad de ampliar el campo del patrimonio, que hasta ese momento era monumental, material, occidental. Pero recién en 2003 UNESCO redacta la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, que inmediatamente fue ratificada por varios países y en los años siguientes por muchos otros.

 

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¿Cuáles son los criterios para la salvaguardia de una práctica?

En primer lugar, hay dos listas a nivel de UNESCO. Una es la Lista Representativa, donde están incluidas todas aquellas expresiones que pueden considerarse emblemáticas y que ayuden a la concientización; y la otra es la Lista de Salvaguardia Urgente, donde entran las expresiones que deben ser protegidas por estar en riesgo.

Entre las cerca de 300 prácticas que forman parte de la Lista Representativa están la cetrería, el tango, la caligrafía china, el Ballet Real de Camboya, el arte textil de Taquile (Perú), el carnaval de Barranquilla (Colombia), el canto de la Sibila de Mallorca, el flamenco, la ceremonia de los voladores de Papantla (México), el carnaval de Oruro, la cocina tradicional mexicana, etc.

Y son los gobiernos de un país, una provincia o una localidad los que pueden proponer que una expresión sea activada como patrimonio o que al menos entre en un plan de salvaguardia. Sin embargo, Lacarrieu asegura que los gobiernos “se equivocan al pensar que es necesario llegar a la Convención y convertirse en patrimonio de la humanidad”, porque en realidad “el objetivo principal es la salvaguardia”. Por eso considera necesario que se desarrollen políticas públicas donde la comunidad “se sienta partícipe y reconozca esa expresión” como parte de su vida social y cotidiana.

Más allá de los criterios trazados por UNESCO, la especialista señala la necesidad de trabajar por fuera o reinterpretar: “El PCI puede ser una muy buena arma política para acercarse a sectores humanos que han llegado a las ciudades por efectos de mezclas, de desplazamientos migratorios, etc. Y esto es lo que en general no promueven ni UNESCO ni los gobiernos”, señala.

¿Qué observaciones se les puede hacer a los criterios de UNESCO, que también son seguidos muchas veces por los gobiernos?

Cuando un gobierno, por ejemplo, toma el tango, que es una expresión urbana, se sale del planteo de UNESCO, pero al mismo tiempo reproduce su lógica porque se queda en esa idea de revalorizar la expresión cultural y musical originaria, y las décadas del treinta y del cuarenta, que es cuando se desarrolló, pero sin conectarlo con la actualidad. Uno puede decir que de alguna manera es actual porque la milonga se sigue bailando, pero eso no fue lo que se puso en juego en lo postulación, donde aparece como si se tratara de una expresión original, tradicional, propia de un sector específico y que se ha mantenido igual en el tiempo. Otra cuestión importante es que tampoco son consideradas las condiciones de vida de los productores. Yo puedo hablar, por ejemplo, de los milongueros pero sin poner en juego de dónde vienen, quiénes son, si tienen una situación social, económica y cultural más o menos buena. Se dice que el patrimonio cultural va a permitir mejorar las condiciones de vida de aquellas poblaciones vulnerables o que fueron relegadas de los otros patrimonios, pero luego no se habla de cómo hacer para incentivar esa mejora. Se habla de la gente que hace la danza, la fiesta, o lo que sea, pero no se habla del proceso de producción y de todo lo que significa producir un evento cultural.

¿A qué se debe el predominio hasta ahora de esa mirada?

Hay algo que los gobiernos no quieren postular ni tener en cuenta, que son las discontinuidades y los conflictos, y eso tiene que ver con que para ellos sería como aceptar que no resolvieron los problemas sociales vinculados con lo patrimonial o lo cultural. La visión tradicional tiende a negar los conflictos y por eso el patrimonio aparece como un instrumento de atenuación, de mediación, un intento de intentar ordenar y de que la propia comunidad se sienta por fuera, en situación de pacificación e imaginando que incluso sus condiciones van a mejorar. Mientras que en esta otra visión, que propone articular las diferentes aristas, los sujetos están en primer plano y entran en escena las tensiones, lo que ha llevado a que la propia UNESCO esté todo el tiempo modificando lo que va a decir sobre el patrimonio inmaterial.

¿Cómo se debería trabajar para superar esta situación?

Es necesario entender que estos procesos son muy complejos y que no basta con decir “este sujeto hace tal baile”. Por ejemplo, los guaraníes del norte, por efecto del desempleo en los ingenios, han empezado a revalorizar algunas prácticas que entre ellos habían caído en desuso, como el carnaval o la danza del Pin Pin. Ahora bien, acá hay dos miradas posibles. O miro esto como lo ha querido hacer el PCI internacional, la danza del Pin Pin como una danza festiva, exótica, pintoresca, o en realidad me empiezo a preguntar porqué los guaraníes la revalorizan nuevamente. Seguramente me voy a encontrar con una realidad mucho más compleja y más interesante, y la respuesta probablemente tenga que ver con el desempleo y con los conflictos sociales. Y si yo hago esa lectura de la danza es posible resolver otras cuestiones.

En este sentido, ¿Cómo abordar proyectos vinculados a la salvaguardia del PCI?

La salvaguarda no es solamente preservar o conservar un fenómeno cultural, es también trabajar con la comunidad aquello que la comunidad quiere que se salvaguarde. Cuando uno empieza a trabajar con la comunidad, se encuentra con cuestiones que no estaban en un principio. Uno mismo va cegado por esa idea de mirar la forma cultural y no la práctica en su complejidad, y por eso sólo se termina describiendo una fiesta. Y lo que en un principio fue un avance, como la visibilización y el reconocimiento de estos grupos, hoy ya no alcanza. Durante mucho tiempo yo me dediqué en Buenos Aires a describir fiestas y prácticas culturales, lo que permitió que se visibilizaran sectores migratorios que no se miraban, que no sabíamos ni que existían, desde bolivianos, peruanos, etc. Pero ahora que ya están en un primer plano, que ya se sabe que existen, hay que ir por más, por cuestiones que tienen que ver con visiones de vida, con los vínculos complejos que existen entre las prácticas culturales y otras prácticas. El cuarteto es otro caso al que no se lo debe ver sólo cómo un género musical. Una de las cosas que sale primero en las discusiones sobre el cuarteto es el ritmo. Entonces, yo propongo que quizás haya otras preguntas que deban tenerse en cuenta: ¿por qué el ritmo tiene esa llegada?, ¿qué significa eso para Córdoba, para la sociedad local?, ¿qué mejora en las condiciones de vida de la gente? Eso es lo que hay que investigar y poner en juego. Ahí viene el plan de salvaguarda. No se trata solamente de declarar o inscribir en la página de UNESCO, eso es sólo un paso que incluso puede no hacerse.

¿Qué ejemplo podrías dar de un buen caso de salvaguardia?

Una es la ceremonia de los voladores de Papantla, en México, que fue inscripta como patrimonio inmaterial de la humanidad. Lo que hicieron luego como plan de salvaguardia fue intentar solucionar los problemas que tenían en la actualidad. Faltaban millones de cosas, por ejemplo no había una madera especial porque los árboles desaparecieron, y esa madera es necesaria para hacer los mástiles desde los cuales se cuelgan y vuelan. Entonces, se inició un plan para que volvieran a tener árboles con esa madera, y que no sólo iban a servir para los mástiles sino también para la propia comunidad.

(*) Mónica Lacarrieu es doctora en Filosofía y Letras (Antropología Social) por la UBA, Directora del Programa Antropología de la Cultura (Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA), miembro de la Comisión de la Maestría en Comunicación y Cultura, Facultad de Ciencias Sociales, en la misma universidad, e investigadora del CONICET. También se desempeña como profesora en temas de patrimonio cultural en diversas universidades de Latinoamérica y España. Es una de las directoras y docente del curso de posgrado (modalidad virtual) en Gestión y Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. Patrimonio Cultural Inmaterial (Facultad Ciencias Económicas, UNC). Además es consultora UNESCO en temas de diversidad cultural y patrimonio inmaterial, y ha sido Asesora de la CPPHC (GCABA) y coordinadora del Atlas de Patrimonio Inmaterial en la misma Comisión.

(**) Para mayor información sobre el curso virtual Gestion y Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial ingresar en el siguiente enlace
http://www.gestioncultural.eco.unc.edu.ar

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