Ciudad de Buenos Aires, Argentina. 24 de abril al 1 de Agosto 2025
Fragmentos e historias de Nicolás Rodríguez
Museo de Arte Español Enrique Larreta
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Fragmentos e historias
Nicolás Rodríguez y la colección de azulejos del Museo Larreta
Curaduría: Silvina Amighini y Patricia Nobilia
Texto: Marta Penhos
Museo de Arte Español Enrique Larreta
Auspicio: Museos Buenos Aires, Mecenazgo, Fundación Santander Argentina
Fecha: 24 de abril al 1 de Agosto 2025
Azulejos: tierra, paja, agua, tiempo
La muestra que se presenta en el Museo Larreta tiende un puente entre la tradición de la azulejería y el presente de un quehacer que se materializa en la obra de Nicolás Rodríguez. Las piezas que pertenecen al acervo del Museo nos retrotraen al siglo XVI, a la época de la conquista y la colonización, cuando portugueses y españoles trajeron a América unas técnicas y unos diseños que, poco después, artífices indígenas, afro y mestizos elaborarían a su modo.
En una escala intermedia en el recorrido temporal de la exposición, nos detenemos en los inicios del siglo XX y en la recuperación de esa tradición por Enrique Larreta, quien encargó a manufacturas españolas, para incorporar en los diferentes espacios de su casa, la fabricación de azulejos a semejanza de los antiguos. Es sobre este fondo histórico que se despliegan los paneles de Rodríguez, en un diálogo que reconoce y a la vez toma distancia de la herencia de la azulejería.
Nicolás no es el único artista contemporáneo que retoma esta tradición. Como herederos de la historia que entretejieron a lo largo de los siglos las culturas del continente y las que llegaron del otro lado del océano, los artistas latinoamericanos han encontrado diversas vías de inspiración en los mosaicos vidriados de origen ibérico. De una manera muy explícita, como crítica a la violencia de la conquista, la brasileña Adriana Varejão trasladó a la pintura los azulejos coloniales, fragmentándolos, abriendo en ellos una herida, superponiéndoles la figura de una mujer caníbal importada de un grabado de esa época. Otra artista, la cubana Tania Bruguera, reconocida por sus performances de potente contenido político, realizó recientemente cruces de mosaicos para señalar las casas de Santiago que fueron ocupadas por la Central de Informaciones durante la dictadura en Chile, acción que finalmente no se concretó. Y podríamos citar otros casos… Pero estos bastan para notar el modo muy personal de visitar la azulejería que se percibe en la obra de Rodríguez, en la cual colaboran amorosamente materialidad, técnica y diseño.
Nuestro artista elude la reproducción de viejos azulejos o la reelaboración de algún diseño proveniente de ellos en una imagen propia, es decir se aparta del juego de la representación. No busca un correlato visual de esos azulejos ausentes, no le interesa crear formas simbólicas. Prefiere, en cambio, producir objetos nuevos que sean portadores de lo antiguo, que tengan la capacidad de contenerlo y de actualizarlo. O, más bien, de lo pretérito. Porque la materialidad con la que están hechas sus obras proviene del sustrato ancestral, primario, de nuestra naturaleza: es tierra, es paja, es agua.
A lo largo de un proceso que involucra el tiempo –ese gran conformador de las cosas- y gracias a una técnica en la que se entrelazan los viejos saberes y la experimentación, el artista amasa el adobe con que realizará sus obras. Va agregando el agua y la paja a la tierra, y a veces ferrite, un elemento natural que da a la mezcla cierta coloración azulada. Trabaja con sus manos los ingredientes hasta lograr la amalgama y la consistencia adecuada, ni muy blanda ni muy dura, que permita extender esa pasta de forma irregular hasta convertirla en una superficie de trabajo. Una superficie que tendrá el espesor justo para cortar –de acuerdo a la calculada medida de 15 cm de lado- las piezas de estos grandes paneles. Partes humildes de un conjunto que las integra y les da sentido, no representan nada, son pura presencia de ellas mismas. Son acontecimiento, ya que antes de su hechura no había nada parecido, y son a la vez permanencia y persistencia de lo que siempre ha estado.
En el efecto de presencia tienen un papel fundamental los diseños. Si bien se repiten, están lejos de ser idénticos. Tomados de los motivos vegetales de la azulejería colonial, son resultado de una síntesis que retiene de ellos la línea esencial, esa que es posible trazar con un simple palillo sobre el adobe fresco de los mosaicos. Este gesto que transcurre en el encuentro con la materia, que incide en ella y la transforma, no solo produce el dibujo sino que le da identidad propia a cada una de las piezas, ya que el surco y la rebarba que se levanta a los lados nunca son iguales. Como la búsqueda de las tierras y la paciente labor del amasado, es una acción que pone de manifiesto el involucramiento corporal del artista en la hechura de una obra. Al abordar así su trabajo, Nicolás discute la separación entre arte y artesanía, pone en cuestión ese alejamiento de los oficios mecánicos que, desde el renacimiento, colocó al arte en una dimensión intelectual donde tiene primacía la idea, y la concreción de esta es secundaria. Vuelve al maridaje virtuoso que cultivaban los artífices del medioevo y de la colonia, y que aún cultivan los de los pueblos indígenas y los de tantas otras culturas: se piensa haciendo y se hace pensando. La tarea manual no desmiente, entonces, el planteo conceptual de una obra, sino que, al contrario, lo potencia.
Tan ajena a nuestro artista es la intención de reproducir técnica y visualmente los azulejos tradicionales que ha dejado los suyos “crudos”, sin el brillo y la protección de la terminación cerámica. A diferencia de aquellos, no tienen más color que el que traen las tierras de las que están hechos. Opacos y con una engañosa apariencia frágil, los azulejos de Nicolás Rodríguez invitan a ser observados sin apuro, pero también a imaginarlos bajo los pies, como suelo firme, o sobre la cabeza, como techo protector, un envolvente recordatorio de las marcas que la historia ha dejado sobre nuestra tierra.
Marta Penhos
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